lunes, 22 de diciembre de 2014

LA TÍA SONSOLES

Para La tita Tatu y sus dos amores



   La tía Sonsoles es una idiota y odio que venga en Navidad, pero es la única solución. Ocupa casi tanto como un árbol, lleva pendientes de bola enormes, ropa brillante y solo aparece en la cena de Nochebuena. Ahora ya no viene a cenar con nosotros, desde que le tiré un trozo de turrón del duro, ya no viene. Jo, cómo chillaba. No sé por qué lo hice. Solo sé que me dieron ganas y lo hice. Le di en todo el ojo. ¡Me ha sacado el ojo!, gritaba. Jo, me asusté muchísimo. No sabía que el turrón del duro pudiera ser tan peligroso ni tampoco que se pudiera chillar tanto. No sé cómo chillan los rinocerontes, pero seguro que chillan como la tía Sonsoles. Mamá me dio un bofetón, papá fue a buscar hielo y el bobo de Nico se puso a llorar. Yo estuve a punto, sobre todo cuando la tita Tatu, súper seria, me dijo: Julieta, llévate a Nico al cuarto y quedaros allí hasta que yo vaya. Le hice caso, a la tita siempre le hago caso. Así que llevé a Nico al cuarto y nos quedamos allí escuchando cómo la tía Sonsoles chillaba y decía que era una maleducada todo el rato. Claro, lo decía por mí.
   La tita Tatu no es como la tía Sonsoles. Tenemos un saludo secreto chocándonos las manos que dura un montón, siempre nos hace galletas y nos lleva en tren al centro en Navidad. A mí me gusta mucho la Navidad, claro, menos cuando viene la tía Sonsoles. Jo, todo el rato nos mira abriendo mucho la nariz y nunca le gusta nada de lo que mamá cocina. Siempre dice que si el pavo está poco hecho, que si en casa del embajador por Navidad le ponen rodaballo al puá… Es imposible que un rodaballo esté más bueno que el pavo de mamá.
   Yo pensé que ya nunca más veríamos a la tía Sonsoles. El año pasado sin ella nos divertimos muchísimo. Antes de cenar cantamos al lado del árbol los villancicos que Nico y yo habíamos ensayado con la tita. Bueno, yo, porque Nico solo tocaba la pandereta y luego papá también cantó con esa voz y mamá riéndose le tiró un cojín diciendo que era insufrible. Luego en la cena nos comimos el pavo de mamá, que, como dijo papá, estaba en su punto, y mamá nos dejó coger el muslo con las manos para rebañarlo bien. Cuando viene la tía Sonsoles no podemos hacer nada de eso.
   Jo, me dio mucha rabia cuando me dijo mamá que este año iba a venir otra vez. Que si se me ocurría portarme mal me iba a acordar toda la vida del guantazo que me daría. Yo me quejé diciendo que por qué tenía que venir y mamá contestó que las hermanas tienen que verse en Navidad. Jo, menuda tontería. No entiendo por qué tiene que venir precisamente en Navidad, con la cantidad de días que hay en el año. No es justo. Incluso papá decía que tenía que venir. El otro día escuché que le decía a mamá que la tía Sonsoles era la única solución. Entonces me acordé de las soluciones de la profe de mates y, a pesar de imaginarme a la tía Sonsoles haciendo sumas todo el rato, no se me ocurrió qué solución podía ser.
   Desde que papá se quedó sin trabajo ahora siempre hablan de bancos en la mesa muy serios. También hablan de la tía Sonsoles y entonces a mí me dan ganas de vomitar. Yo siempre pregunto, pero siempre me contestan que no pasa nada, que eso son asuntos de mayores. Yo me hago la tonta, pero me entero de todo y creo que los del banco se van a venir a vivir aquí con nosotros. No sé dónde. Si acaso uno, uno sí. Uno podría usar el sillón donde alguna vez se queda la tita. Entonces la tita podría dormir conmigo y sería genial, porque la tita Tatu es genial. Yo de mayor quiero ser como ella y hacer galletas con trozos de chocolate, que están riquísimas. Los sábados que viene, nos pasamos toda la tarde mamá, la tita y yo cocinando postres. Experimentando, como dice la tita. Entonces Nico y papá ponen en el DVD La Pantera Rosa, que también me encanta, pero me gusta muchísimo más hacer galletas. 
   El sábado pasado, experimentando un postre para Nochebuena, papá me llamó porque salía mi escena favorita. Cuando volví a la cocina pillé a mamá llorando y abrazando a la tita. Enseguida se secó las lágrimas con el delantal. Pregunté que qué pasaba y la tita me dijo que las cebollas esta vez eran realmente picantes y luego me guiñó un ojo y me dijo que era hora de nuestro saludo. Yo lo hice, porque siempre hago caso a la tita Tatu, pero no me apetecía. Jo, no me gusta ver a mamá llorar ni siquiera por las cebollas. Además allí no había cebollas por ninguna parte. Fue cuando paré de chocar las manos, la miré y dije que no era por las cebollas. Entonces la tita Tatu me abrazó súper fuerte y me dijo que qué mayor estaba ya, que no me preocupara, que todo estaba bien y que pensara en la lista de Reyes. Se me ocurrió que mamá lloraba por tener una hermana como la tía Sonsoles. Porque yo tengo a Nico, que la mayor parte del tiempo es bobo, pero alguna vez jugamos juntos. Y papá tiene a la tita Tatu. Con una hermana como la tía Sonsoles es normal llorar. Yo lloraría todo el día.
   El día de Nochebuena, mamá andaba como histérica cocinando, papá la ayudaba y la tita Tatu vino muy pronto también para hacer un brazo de gitano. Según decía mamá era el postre que más le gustaba a la tía Sonsoles. Papá le decía que lo mejor era que hablase con la tía Sonsoles en el aperitivo. Mamá decía que no, que en los postres. Luego me fulminó con la mirada y dijo que si a ésta, por mí, claro, le da por tener las manos quietas, todo iría bien. Esta vez no pensaba tirarle nada a la tía Sonsoles. Por más ganas que me diera lanzarle algo, no lo iba a hacer. Como dice la tita Tatu, ya soy más mayor y me puedo aguantar perfectamente.
   Jo, cada año era más grande. Cuando llegó se quitó el abrigo de oso y mamá la abrazó muy fuerte, aunque ella estaba más tiesa que una farola con tripa. Nico y yo también estábamos bien tiesos detrás de la tita Tatu. Dar un beso a la tía Sonsoles, dijo rápido mamá. Odio dar besos a la tía Sonsoles. Primero fue Nico, que se puso de puntillas y la tía Sonsoles se agachó como los elefantes del zoo. Luego me miró con su cara de rinoceronte y yo dije lo que había ensayado con la tita Tatu: perdón, tía Sonsoles. Y lo dije sin poder dejar de mirar el ojo, que no estaba caído ni nada de eso. Te perdono, me contestó la tía acercándose a lo elefante también a mí. Me puse de puntillas con miedo de que una bola enorme que le colgaba de la oreja me diera un golpe mortal. Pero la tía Sonsoles me dio un beso muy rápido, como si yo también le diera miedo. Luego mamá dio unas palmadas y dijo que fuéramos al salón a tomar el aperitivo. Miré a la tita Tatu y ella me sonrió antes de decirme: muy bien. Mamá sacó unas cervezas y un poco de vino para la tía Sonsoles. Estábamos bastante contentos todos, incluso la tía Sonsoles. Pero la que más mamá. Hablaba sin parar de las buenas notas que habíamos sacado en el colegio y esas cosas. La tía Sonsoles movía todo el rato su cabeza de rinoceronte diciendo que eso era lo que tenía que ser. Papá daba codazos a mamá, pero ella no le hacía caso y no paraba de hablar muy rápido.
   Luego fuimos a la mesa. Papá se puso en su sitio, mamá se sentó a su lado y enfrente la tía Sonsoles. A mí me pusieron en la otra esquina, bien lejos. Me imaginé que era por si me daban ganas. Pero esa noche no pensaba tirar ningún turrón.
    De primero mamá había comprado langostinos. Me quedé con la boca abierta cuando vi a la tía Sonsoles pelarlos con cuchillo y tenedor. Luego me fijé en que mamá también  comía los langostinos así. Me dieron ganas de probarlo. Jo, pero era dificilísimo. Imposible. Y si lo era para mí, imagínate para Nico, que todavía se pringa con las lentejas. La tita Tatu se estaba partiendo de risa mirándome. Ella se los pelaba a Nico con las manos y me puso una cabeza en los labios para que la chupara. Luego me dijo al oído que era más divertido comerlos con las manos. Y la verdad es que tenía razón. La tía Sonsoles no paraba de hablar con mamá de un viaje había hecho a África. Papá les decía algo de vez en cuando. Así que nadie se fijaba en cómo comíamos. Cuando mamá sacó el pavo, todos dijimos un oh, incluso la tía Sonsoles. Y a pesar de que también este año dijo que estaba poco hecho, la tía Sonsoles no dejó ni una piel en el plato. Entonces llegó la hora de los postres.
    La tita Tatu colocó el brazo de gitano en el centro y mamá se encargó de que la bandeja de turrones estuviera bien lejos de mí. Jo, me puse un poco furiosa por no poder alcanzar los de chocolate, pero mamá, papá y la tita estaban tan serios que me dio hasta miedo pedir uno. Cuando tuvimos un buen trozo de brazo de gitano en los platos, el más grande para la tía, mamá comenzó a hablar de lo de los bancos. La tía Sonsoles escuchaba con atención mientras se llenaba su gran boca con el pastel. No parecía que le estuviera gustando mucho, porque ponía la misma cara de asco que Nico cuando le obligan a comerse el puré de verduras. Mamá hablaba despacio de lo de la casa y papá daba toquecitos muy rápido con el dedo en el mantel. Pero la tía no decía ni mu, solo se comía el brazo de gitano con cara de asco. Nosotros no, nosotros mirábamos a la tía Sonsoles, menos Nico, claro, que nunca se entera de nada y ya tenía nata por todas partes. Entonces mamá se calló. Y todos en silencio miramos a la tía Sonsoles, que por fin se había acabado el brazo de gitano. La tía Sonsoles se limpió las esquinas de los labios y después empezó a doblar muy despacio la servilleta sobre el mantel. Mamá manoseaba un polvorón. Lo primero que dijo la tía Sonsoles fue que la nata del bazo de gitano no estaba bien montada. Luego miró a mamá y le dijo que no podía ayudarnos, que en su momento mamá eligió y que se atuviera a las consecuencias. Entonces mamá se puso súper seria, miró con odio a la tía y le tiró el polvorón con muchísima rabia. También le dio en todo el ojo. La tía Sonsoles se puso tan roja que parecía un rinoceronte furiosísimo a punto de explotar. Casi se cae al levantarse de la silla. Luego sin decir nada agarró el abrigo de oso y se fue dando un súper portazo.
   Todos nos quedamos sentados, muy callados y con la boca abierta. Entonces mamá se puso a llorar y Nico también. Papá cogió la mano de mamá, diciéndole que ya nos apañaríamos. Y mamá se calmó un poco mirándonos a Nico y a mí de reojo. Aunque a mí también me dieron ganas de llorar, no podía dejar de pensar en el polvorón, en el ojo morado que se le iba a quedar a la tía Sonsoles y que si a mamá le habían dado ganas, no había nada que hacer. Entonces la tita Tatu dijo, así, en bajito: ¿Habéis visto qué cara ha puesto? Todos nos miramos y de repente mamá se puso a llorar otra vez o a reír o las dos cosas a la vez. Papá empezó a reírse mirando a mamá y la tita Tatu también. Entonces todos nos reímos mirando a mamá, incluso Nico. Papá dijo: de tal palo, tal astilla y todos me miraron a mí y luego a mamá y se rieron más. Después yo me empecé a comer el brazo de gitano de la tita, que estaba riquísimo. 

 Bárbara Sanchiz Cameselle

CUENTO GANADOR 
XVI Certamen Relatos Breves de Navidad organizado por Radio Navalmoral Cadena Cope. DICIEMBRE 2014.

domingo, 13 de julio de 2014

SIN BALAS



Al otro lado del cañón de la pistola siempre está mi hermano Willy. Desde que se la encontró en el vertedero de la calle diez entre un montón de mantas con sangre, nunca se separa de ella y no deja de apuntar a cosas o a mí. Cuando lo hace, estira mucho el brazo, pone cara de malo y dice con la voz más ronca que la de papá cuando viene del bar: «estás muerto». Luego aprieta el gatillo y sopla en el cañón.

 Mi hermano Willy dice que cuando consigamos balas estaremos salvados. Yo le pregunto que por qué, pero nunca me contesta, solo dice: «cállate y busca». Ahora nos pasamos todas las tardes buscando balas entre los cubos. Yo creo que las quiere para cuando papá le llama por las noches, porque ayer cuando llegó del bar y gritó su nombre, antes de ir, Willy me dio la pistola y me dijo muy nervioso: «si viene, apúntale y corre, hazme caso y apúntale y corre». 

Bárbara Sanchiz Cameselle

FINALISTA DEL II PREMIO MICRORRELATOS MANUEL J. PELÁEZ. JUNIO 2014.
NOTICIA AQUÍ 


JAZZ, SWING, JAZZ

No toquen esta pieza rápido.
Nunca debe tocarse rápido un ragtime.
SCOTT JOPLIN


            
Lustró los zapatos de baile con energía, estiró sus pulgares bajo los tirantes y dijo frente al espejo marcando mucho la ese final: jazz. No era guapo, no tenía los dientes blanquísimos, pero él era Johnny y nadie, nadie, entendía como él de swing. Eso bastaría para conquistar a la inalcanzable Susan. Repitió los pasos con su sonrisa más ardiente: patada, salto, arrastro y giro. Jazz. Los zapatos nuevos eran fantásticos, el alza en uno de los tacones apenas marcaba su cojera. Los probó otra vez. Jazz, dijo, y levantó a lo conquistador varias veces las cejas. Esa noche iría al club, pediría una copa, tal vez dos, buscaría con la mirada a Susan y seguramente se quedaría prendado un instante por como a ella, en la pista de baile, no le hacía falta ningún foco para brillar. Porque Susan, Susan era una diosa: Rita, Marilyn, Audrey… Las tres, las tres en la misma partitura; por las ondas de su pelo, por la forma que el tul de la falda ebullía al compás de sus saltos, por cómo, al son de la orquesta, volaba elegante en cada giro. Y sus ojos, sus ojos inundaban de mar ese sótano en esa ciudad tan caótica y gris. Un mar azul, bamboleante, al ritmo del saxo, al ritmo del jazz. Tendría que hacer cola para llevarla hasta el centro, sí, ser más ávido que todos los dientes blanquísimos que con esos pasos impecables, cada noche, la zarandeaban en la pista. Pero eso no era swing. Ella aún no lo sabía. Y es que él era Johnny, no tenía la sonrisa perfecta, pero sí zapatos nuevos y nadie, nadie, sentía el swing como él. Jazz.
           
 Se puso nervioso al llegar al club. Había más dientes que nunca merodeándola. Pidió un Manhattan, se sentó en un rincón y, sin perderla de vista, permitió que la música lo envolviera. Jazz. El piano del ragtime le dio la orden. Johnny se acercó, despacio, tratando de cojear lo menos posible, aunque los zapatos nuevos le empezaran a rozar el talón. Vamos, Johnny, se dijo, enséñale tu swing.  Cuando estuvo frente a Susan, las manos, las manos le sudaban sin remedio. Se las limpió disimuladamente en el pantalón y dijo con voz trémula: ¿bailas? Susan lo miró de arriba abajo con el ceño fruncido, pero encogió los hombros y tomó la mano de Johnny para levantarse. Los focos, los focos los guiaron hasta la pista y las notas de la trompeta incrementaron el ritmo. Muy rápido, pensó Johnny. Susan empezó a saltar. Patada, salto, arrastro y giro. Más rápido, imploró a su pierna corta. Pero su patada, demasiado lenta, acabó en la espinilla de Susan. Saltó y la arrastró hasta que sus piernas se liaron en el giro y la diosa, la diosa acabó rodeada de tul en el suelo. La sonrisa más blanca del mundo la rescató, se la llevó con un swing perfecto, y Johnny, Johnny salió de la pista cojeando más que nunca. Jazz.
            
Pidió otra copa y, desde la oscuridad de su rincón, admiró lo que nunca podría tener. La orquesta dejó de tocar. Cinco minutos, anunciaron. Sentado, en silencio, Johnny se fijó en sus zapatos nuevos. Se aflojó un poco los cordones y dio un último trago sin dejar de mirarla. Entonces, el piano comenzó a llenar otra vez y muy lentamente su mundo. Johnny cerró los ojos. Se dejó ir. Sin poder evitarlo, su pie empezó a zapatear en el sitio al ritmo del saxofón y sus hombros, sus hombros a viajar por libre. ‹‹Somewhere beyond the sea, somewhere waiting for me…››, le dijo Frank. Jazz, le contestó Johnny, y buscó desde el sitio a Susan. ¡No!, se quejó, eso no es swing. No lo pensó dos veces, solo se descalzó y se dirigió al centro de la pista. Secuestró a Susan y sostuvo con determinación una de las manos de la diosa sobre su pecho. Ella trató de zafarse, pero Johnny, Johnny no se lo permitió. Estudió sus ojos. Sígueme, le dijo. Y sin separar los pies del suelo, comenzó a moverse de un lado a otro, al son, con el compás propio de una ola que desea elevarse desde lo más profundo del océano. Jazz. Susan, Susan se abandonó a su ritmo y Johnny, Johnny, ya encumbrado por la explosión de notas de todos los instrumentos, le susurró: tú eres swing. Luego, le dio un beso en la mano aprisionada, la soltó con suavidad y, rompiendo todas las normas del swing, salió de la pista con un relajado vaivén, al ritmo, siempre, siempre al ritmo, sin disimular ni un ápice su cojera y sintiendo, como no podía ser de otro modo después de ese swing, toda la fuerza del mar sobre su espalda. Jazz.

Bárbara Sanchiz Cameselle

FINALISTA DEL IX CERTAMEN DE NARRATVA BREVE 2012. CANAL LITERATURA. 




ANDARES



‹‹La felicidad no es una posada en el camino,
sino una forma de caminar en la vida.››
Viktor Frankl


El martes no puedo venir, me dijo, tengo psicoterapia, a partir de ahora vendré los miércoles. Después me dio un beso y me dejó allí, como cada martes, desnuda sobre la cama. Me quedé sola pensando que ‹‹ahora›› follaríamos los miércoles.
           
Aún tumbada, miré por el ventanal que había junto a mi cama. Me gustaba ver cómo su silueta desaparecía al bajar la calle, con sus andares de oso, como si pensara demasiado dónde pone cada pie. Camina raro, me dije, y lo imaginé en el psicoanalista, contándole lo que me decía después del orgasmo de que su mujer le hacía la vida imposible y esas cosas en las que yo asentía, pero no escuchaba. Esos rollos no interesan a nadie, estoy casi segura de que ni siquiera a los psicoanalistas. Se me ocurrió que si yo fuese psicoanalista, primero follaría con el paciente y, luego, me quedaría mirando por la ventana, porque mi gabinete tendría una ventana, asintiendo sin escuchar, pero estudiando cómo camina la gente en la calle. Eso sí que es interesante. Si acaso les haría andar mientras hablan y observaría con minuciosidad cómo echan una pierna hacia delante, cómo apoyan el pie y se impulsan para estirar la otra antes de plantar el otro pie. Es un acto muy curioso en el que nadie se fija. La gente anda raro, a lo avestruz o a lo hormiga, mecánicamente o dando saltitos, así, hacia delante, creyendo saber a dónde van, aunque estoy convencida de que ninguno lo sabe.
           
No soy guapa. Pero él decía que follaba bien. Sería eso. En ocasiones, mientras observaba los andares raros de la gente cuando se iba, me preguntaba por qué me dejaba follar todos los martes. Quizá, con el cambio a los miércoles, era hora de pedirle que me dejase veinte pavos por cada: ¡oh, nena, qué gusto! Lo pensé. Después, como siempre, me entraron ganas de ir al baño. Así que me levanté y fui como los cangrejos. Lo hacía a menudo. Lo de andar así. Tampoco sabía por qué. Y a pesar de conocer perfectamente los recovecos de mi casa, antes de llegar, me tropezaba con los quicios de las puertas y otras cosas. Incluso volvía a la cama caminando hacia atrás. Es más emocionante o una tontería. Yo qué sé. Luego, solía cubrirme con el edredón, pero dejaba un agujerito para seguir mirando por la ventana. Nunca descubrí a nadie que caminase sin mirar. Esa mañana también pensé que quizá fuera yo la que debería ir al psicoanalista andando así. Aunque estaba segura de que eso no interesaría tanto como lo de que por qué follaba con un oso los martes. Pero yo no tenía respuestas. Solo sabía que me abrazaba con sus enormes brazos, que se ponía encima de mí, me atrapaba sin posible escapatoria, como si no existiese otro martes. Y, entonces,  solo entonces, dejaba de preguntarme por qué la gente anda raro.


CUENTO GANADOR 
certamen de Relato corto I Palabras y emociones, organizado por el Instituto Galene y Escuela de Escritores  DICEMBRE 2012
(Premio pendiente de cobro)