domingo, 13 de julio de 2014

ANDARES



‹‹La felicidad no es una posada en el camino,
sino una forma de caminar en la vida.››
Viktor Frankl


El martes no puedo venir, me dijo, tengo psicoterapia, a partir de ahora vendré los miércoles. Después me dio un beso y me dejó allí, como cada martes, desnuda sobre la cama. Me quedé sola pensando que ‹‹ahora›› follaríamos los miércoles.
           
Aún tumbada, miré por el ventanal que había junto a mi cama. Me gustaba ver cómo su silueta desaparecía al bajar la calle, con sus andares de oso, como si pensara demasiado dónde pone cada pie. Camina raro, me dije, y lo imaginé en el psicoanalista, contándole lo que me decía después del orgasmo de que su mujer le hacía la vida imposible y esas cosas en las que yo asentía, pero no escuchaba. Esos rollos no interesan a nadie, estoy casi segura de que ni siquiera a los psicoanalistas. Se me ocurrió que si yo fuese psicoanalista, primero follaría con el paciente y, luego, me quedaría mirando por la ventana, porque mi gabinete tendría una ventana, asintiendo sin escuchar, pero estudiando cómo camina la gente en la calle. Eso sí que es interesante. Si acaso les haría andar mientras hablan y observaría con minuciosidad cómo echan una pierna hacia delante, cómo apoyan el pie y se impulsan para estirar la otra antes de plantar el otro pie. Es un acto muy curioso en el que nadie se fija. La gente anda raro, a lo avestruz o a lo hormiga, mecánicamente o dando saltitos, así, hacia delante, creyendo saber a dónde van, aunque estoy convencida de que ninguno lo sabe.
           
No soy guapa. Pero él decía que follaba bien. Sería eso. En ocasiones, mientras observaba los andares raros de la gente cuando se iba, me preguntaba por qué me dejaba follar todos los martes. Quizá, con el cambio a los miércoles, era hora de pedirle que me dejase veinte pavos por cada: ¡oh, nena, qué gusto! Lo pensé. Después, como siempre, me entraron ganas de ir al baño. Así que me levanté y fui como los cangrejos. Lo hacía a menudo. Lo de andar así. Tampoco sabía por qué. Y a pesar de conocer perfectamente los recovecos de mi casa, antes de llegar, me tropezaba con los quicios de las puertas y otras cosas. Incluso volvía a la cama caminando hacia atrás. Es más emocionante o una tontería. Yo qué sé. Luego, solía cubrirme con el edredón, pero dejaba un agujerito para seguir mirando por la ventana. Nunca descubrí a nadie que caminase sin mirar. Esa mañana también pensé que quizá fuera yo la que debería ir al psicoanalista andando así. Aunque estaba segura de que eso no interesaría tanto como lo de que por qué follaba con un oso los martes. Pero yo no tenía respuestas. Solo sabía que me abrazaba con sus enormes brazos, que se ponía encima de mí, me atrapaba sin posible escapatoria, como si no existiese otro martes. Y, entonces,  solo entonces, dejaba de preguntarme por qué la gente anda raro.


CUENTO GANADOR 
certamen de Relato corto I Palabras y emociones, organizado por el Instituto Galene y Escuela de Escritores  DICEMBRE 2012
(Premio pendiente de cobro)




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