domingo, 13 de julio de 2014

JAZZ, SWING, JAZZ

No toquen esta pieza rápido.
Nunca debe tocarse rápido un ragtime.
SCOTT JOPLIN


            
Lustró los zapatos de baile con energía, estiró sus pulgares bajo los tirantes y dijo frente al espejo marcando mucho la ese final: jazz. No era guapo, no tenía los dientes blanquísimos, pero él era Johnny y nadie, nadie, entendía como él de swing. Eso bastaría para conquistar a la inalcanzable Susan. Repitió los pasos con su sonrisa más ardiente: patada, salto, arrastro y giro. Jazz. Los zapatos nuevos eran fantásticos, el alza en uno de los tacones apenas marcaba su cojera. Los probó otra vez. Jazz, dijo, y levantó a lo conquistador varias veces las cejas. Esa noche iría al club, pediría una copa, tal vez dos, buscaría con la mirada a Susan y seguramente se quedaría prendado un instante por como a ella, en la pista de baile, no le hacía falta ningún foco para brillar. Porque Susan, Susan era una diosa: Rita, Marilyn, Audrey… Las tres, las tres en la misma partitura; por las ondas de su pelo, por la forma que el tul de la falda ebullía al compás de sus saltos, por cómo, al son de la orquesta, volaba elegante en cada giro. Y sus ojos, sus ojos inundaban de mar ese sótano en esa ciudad tan caótica y gris. Un mar azul, bamboleante, al ritmo del saxo, al ritmo del jazz. Tendría que hacer cola para llevarla hasta el centro, sí, ser más ávido que todos los dientes blanquísimos que con esos pasos impecables, cada noche, la zarandeaban en la pista. Pero eso no era swing. Ella aún no lo sabía. Y es que él era Johnny, no tenía la sonrisa perfecta, pero sí zapatos nuevos y nadie, nadie, sentía el swing como él. Jazz.
           
 Se puso nervioso al llegar al club. Había más dientes que nunca merodeándola. Pidió un Manhattan, se sentó en un rincón y, sin perderla de vista, permitió que la música lo envolviera. Jazz. El piano del ragtime le dio la orden. Johnny se acercó, despacio, tratando de cojear lo menos posible, aunque los zapatos nuevos le empezaran a rozar el talón. Vamos, Johnny, se dijo, enséñale tu swing.  Cuando estuvo frente a Susan, las manos, las manos le sudaban sin remedio. Se las limpió disimuladamente en el pantalón y dijo con voz trémula: ¿bailas? Susan lo miró de arriba abajo con el ceño fruncido, pero encogió los hombros y tomó la mano de Johnny para levantarse. Los focos, los focos los guiaron hasta la pista y las notas de la trompeta incrementaron el ritmo. Muy rápido, pensó Johnny. Susan empezó a saltar. Patada, salto, arrastro y giro. Más rápido, imploró a su pierna corta. Pero su patada, demasiado lenta, acabó en la espinilla de Susan. Saltó y la arrastró hasta que sus piernas se liaron en el giro y la diosa, la diosa acabó rodeada de tul en el suelo. La sonrisa más blanca del mundo la rescató, se la llevó con un swing perfecto, y Johnny, Johnny salió de la pista cojeando más que nunca. Jazz.
            
Pidió otra copa y, desde la oscuridad de su rincón, admiró lo que nunca podría tener. La orquesta dejó de tocar. Cinco minutos, anunciaron. Sentado, en silencio, Johnny se fijó en sus zapatos nuevos. Se aflojó un poco los cordones y dio un último trago sin dejar de mirarla. Entonces, el piano comenzó a llenar otra vez y muy lentamente su mundo. Johnny cerró los ojos. Se dejó ir. Sin poder evitarlo, su pie empezó a zapatear en el sitio al ritmo del saxofón y sus hombros, sus hombros a viajar por libre. ‹‹Somewhere beyond the sea, somewhere waiting for me…››, le dijo Frank. Jazz, le contestó Johnny, y buscó desde el sitio a Susan. ¡No!, se quejó, eso no es swing. No lo pensó dos veces, solo se descalzó y se dirigió al centro de la pista. Secuestró a Susan y sostuvo con determinación una de las manos de la diosa sobre su pecho. Ella trató de zafarse, pero Johnny, Johnny no se lo permitió. Estudió sus ojos. Sígueme, le dijo. Y sin separar los pies del suelo, comenzó a moverse de un lado a otro, al son, con el compás propio de una ola que desea elevarse desde lo más profundo del océano. Jazz. Susan, Susan se abandonó a su ritmo y Johnny, Johnny, ya encumbrado por la explosión de notas de todos los instrumentos, le susurró: tú eres swing. Luego, le dio un beso en la mano aprisionada, la soltó con suavidad y, rompiendo todas las normas del swing, salió de la pista con un relajado vaivén, al ritmo, siempre, siempre al ritmo, sin disimular ni un ápice su cojera y sintiendo, como no podía ser de otro modo después de ese swing, toda la fuerza del mar sobre su espalda. Jazz.

Bárbara Sanchiz Cameselle

FINALISTA DEL IX CERTAMEN DE NARRATVA BREVE 2012. CANAL LITERATURA. 




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