domingo, 13 de julio de 2014

NO TODO ES CUESTIÓN DE SUERTE



Cuando el sol se sitúa en lo más alto y una corona naranja lo rodea, la suerte se prepara para entrar en un vagón de metro en una línea cualquiera de una gran ciudad. Viajan en él, entre otros, tres pasajeros. No se conocen, pero los tres están inquietos. Bruno, sentado, no se decide por qué casilla marcar en la quiniela. A su lado, Blanca, acuna el bolso situado en su regazo y mira con tristeza el suelo. Y, muy cerca y de pie, Jaime juguetea nervioso con el reloj de muñeca de su padre. Los tres se bajarán en la última parada.
            
Más o menos en la mitad del trayecto, un volcán de Sudamérica erupciona y la suerte entra en el vagón haciéndose un hueco entre la gente. Lleva zapatos de Christian Dior, un reloj de hombre y un perfume con un ligero toque a mandarina. En un principio ninguno se fija, pero ella se coloca junto a los tres. Jaime sigue dando vueltas al reloj. Su padre en unas horas se enfrentará a una operación complicada de estómago, aunque él intenta confiar en los adelantos de la medicina. Blanca, no suelta su bolso, le acaban de decir en el centro de inseminación que lo tiene difícil. A pesar de todo, ella trata de no perder la esperanza y abraza un paquete de semillas de lino que ha comprado en el herbolario. Y Bruno, con la quiniela, duda si el Leganés podrá ganar en campo rival. La entrevista de trabajo no ha ido nada bien y el banco está a punto de desahuciarlo, pero él se empeña en concentrarse. 

En el momento en el que los vientos del norte chocan con los del sur, el olor a mandarina aparta a Bruno de la quiniela. Mira un segundo a la mujer de la que parece provenir. Luego baja la mirada, pone un dos y le entran ganas de llorar. A sus hijos les encantan las mandarinas. Blanca reconoce los zapatos de Christian Dior e inmediatamente busca la cara de su dueña. Sus ojos también se encuentran un instante. Abraza con más fuerza su bolso y trata, sin lograrlo, de contener el desánimo. Son iguales que los de su madre. En la última parada, el vagón frena de forma muy brusca, las placas tectónicas del Índico han chocado brutalmente y la suerte se tropieza con Jaime, al que se le cae el reloj de la mano. La suerte se agacha para recogerlo. Jaime se fija en que ella lleva en la muñeca puesto el mismo reloj. La sonríe, pero la suerte, a él, no le devuelve la sonrisa, y, entregándole el reloj de su padre, entre triste y avergonzada, le dice: lo siento.


CUENTO PUBLICADO EN LA REVISTANº 11 "CUENTOS PARA EL ANDÉN". NOVIEMBRE 2012.

ENTREVISTA EN RNE (a partir del minuto 16)

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